Bien Tós De Cambio
No sé si
recuerdan aquella famosa canción de Scorpions que
llevaba por título “güin on cheins” (lo siento yo
siempre la
“cantaba” así) la cual nos hablaba disfrazada de
balada, los
vientos del cambio que se daba allá a principios de
los noventas
(que no vendían nada (bueno los escorpions si que
vendieron))
Y si no recuerdan esa canción, menos van a recordar esta
Columna de hace casi un año que escribí referente a
los cambios
significativos que he visto en mis pueblos (porque son
varios en
los que habito en esta vida rutinaria) con el asunto
de haber
tenido salones de baile para gestionar bebés y quince
o veinte
años después haberlos convertido en locales de
abastecimiento
de comida para alimentar a esos bebés, como quien
dice: causa
y efecto, desde hace un año o algo así, que frecuento
uno de
esos lugares a comprar los víveres para -como la
palabra lo dice-
vivir unas horas mas, al menos sin tanta hambre… Y
hastora me
percatao de la diferencia del local, hoy, entré como
si cualquier
cosa al otrora salón más famoso de mi comunidad, que
durante
no sé si treinta años funcionó como centro de
diversión,
esparcimiento, quinciaños y bodas que traían su rato
de baile,
juerga, amoríos (en realidad, nunca para mí) y muchas,
se podría
decir, que aventuras y recovecos de la juventú… de
repente, se
me vino a la cabeza un nostálgico recuerdo (pero fue
una bolsa
de arroz que me cayó encima) de aquellos años perdidos
en el
tiempo y también de perdidas de tiempo retozando en
aquel
salón, oscuro y acogedor (igual, nunca para mí)
caminando entre
los estantes recordé las luces de la discomóvil y las
parejas tiradas
a pista en un estrepitoso y bamboleante rito de
movimientos
merengueados y cumbiados de esa época, en la cual si
ponían
salsa tenía que salirme pa juera, porque no la
soporto… y ahora,
es por la salsa (de tomate) que me tengo que quedar
buscándola
en su respectivo anaquel a la par de la mayonesa y la
mostaza…
recorría los pasillos, imaginando la bolota de espejos
que reflejaban
esas luces y deslumbraban a los bailantes y a los que
muy
modestamente dábamos vueltas como idiotas (eso sí, siempre
yo era uno de tantos) es decir, los perdedores
buscando a la fea
del pueblo pa’ sacarla a bailar… por que de otro modo
eramos
sonaos, si teníamos la osadía de invitar a bailar a
alguna que no
fuera de nuestra condición (feos y pobres) y de
pronto, en esas
vueltas y envuelto en la niebla con olor a coco,
choqué contra el
frigorífico de la leche, la natilla y los quesos, devolviéndome
a la
realidad presente, pero luego, vi como a través de un umbral
del
tiempo, la barra donde se expendían bebidas y uno se
sentaba
a charlar a gritos con los amigos (bueno, yo no, nunca
tuve plata
para bebidas… ni amigos) me fui acercando para
intentar tocar
aquel espejismo temporal y en eso el dependiente,
cogiendo el
café, el azúcar, el arroz, la salsa, la leche y la
mortadela, los pasó
por la maquinita cobradora y me dijo con cara de
empresario
recién galardonado con el premio a cliente del mes:
¿alguna otra
cosita? yo, más ensimismado que un jugador de ajedrez
calculando
las consecuencias de un movimientole contesté: sí, sí,
unos
chocolates pa´los chiquitos… (que en realidad ese antiguo
salón
no tuvo nada que ver con su gestionamiento… digo gestación)
y después de todo: qué bueno que hayan puesto comida