Nunca olvidaré aquel fin de semana con Ingeborg, en un campamento nudista de Estocolmo...
Andaba de paso por Suecia y vivía en una pensión de Sturegatan mientras me llegaban los documentos falsificados necesarios para entrar en Francia como inglés, cuando nos conocimos en la tina. Mejor dicho, yo estaba en la tina, sin más vestimenta que los anteojos, cuando entró Ingeborg con una bata de nylon que le traducía todo a cualquier idioma. En esa época todavía me quedaba una saldo de pudor, de manera que verla entrar y sumergirme fue todo uno. Pero ella me explicó que, debido al racionamiento de agua, era imprescindible compartir una tina entre cada dos personas de la pensión, preguntándome si tenía algún inconveniente para ello. Como soy un caballero me paré automáticamente, ofreciéndole la tina con el gesto de quien cede un asiento en el ómnibus. Ingeborg se opuso, mientras procedía a quitarse todos los accesorios del organismo:
-¡No, usted primero y yo después...!
-De ninguna manera –repliqué, en posición de firmes y con el agua a media pierna- usted primero y después yo...!
Resumiendo, transamos en bañarnos juntos porque en la tina había sitio para los dos. A las tres horas éramos íntimos y a las seis de la tarde, cuando salimos de la tina, Ingeborg me confesó que era nudista. Desde luego, no le creí una palabra y para demostrármelo, propuso que pasáramos el fin de semana en su club naturista de Upsala. Fuimos. Llegamos y me vestí de nudista quitándome todo menos el bigote y una cadenita de oro cuya medalla dice “RH Negativo A, ¡Ojo! En el campamento había mujeres lindísimas, cosa que no tiene nada de raro porque hacer una sueca bonita es lo más fácil del mundo: Un cuerpo atlético, dos ojos azules, un cabello rubio... Se bate bien y ya está. Modestamente debo confesar que mi éxito fue instantáneo porque, apenas me puse en circulación, todos vinieron a saludarme, creyendo que era un nuevo miembro del club. Las socias se miraban de arriba abajo, preguntando:
-Usted, primera vez que viene, ¿verdad?
-¡Sí, sí, efectivamente... ¿Cómo se dio cuenta?!
-Por la voz...
En efecto, parece que a uno le cambia la voz en los campamentos de nudistas, debido a las muchas cosas que ve. Pero a los pocos minutos me había hecho perfectamente el sueco y junto con el Ingeborg, nos lanzamos a recorrer las instalaciones del club. Ahí fue cuando comenzaron las dificultades, cuando Ingeborg me propuso jugar un partido de tenis. Honestamente, yo nunca he sido muy bueno jugando tenis y confieso que la idea de jugarlo tal como me parió mi madre, sobre todo considerando la fuerza con que Ingeborg usaba la raqueta, me llenó el alma de negros presentimientos. A los diez minutos, efectivamente me sacaron en camilla, después de recibir un pelotazo alucinante que hizo necesaria la respiración artificial y la intervención de un oculista, porque me había quedado bizco del impacto. Cuando me volví a parar estaba irreconocible a tal punto que Ingeborg me propuso descansar un rato en el jardín. Nos sentamos sobre el gras y volvimos a la enfermería para me aplicaran un antídoto contra la picadura de alacranes, porque tenía la nalga derecha como una pelota de fútbol. Pedí un calzoncillo urgente y me explicaron que estaban prohibidos por el reglamento del club, pero me ofrecieron un sombrero y me lo puse como sustituto de la hoja de parra, aunque era muy incómodo porque a cada paso tenía que quitármelo para saludar a las señoras. Eran las seis de la tarde cuando Ingeborg me invitó a bailar en el salón principal, donde la orquesta ejecutaba un vals vienés. Se apretó contra mí y al momento, con esa intuición de las mujeres, me puso en descubierto:
-¿Qué te pasa...? Te noto desanimado...
Fue en ese instante cuando pisé el cigarrillo encendido y no paré de pegar saltos mortales, sin soltar la mano de Ingeborg, hasta que nos dieron el premio de rock and roll y me permitieron llevar puesto el zapato izquierdo para aliviar la quemadura. En Suecia el clima es tan raro que cuando uno pregunta cuando empieza el verano le dicen que el 14 de agosto a las 10 de la mañana, para terminar el mismo día a las tres de la tarde. Por eso, cuando estornudé, Ingeborg sugirió que me abrigara y me puso una bufanda al cuello porque también la camiseta estaba prohibida. Me dolía el cuerpo, hacía frío, me latía la nalga izquierda como un corazón enamorado y caminaba a duras penas sobre la ampolla del pie... Comprendí que era un fracaso como nudista y me disculpé unos minutos con el pretexto de ir a lavarme las manos. En vez de ello fui al vestuario, recogí mi ropa, me vestí y estaba listo para salir, cuando me descubrieron unas señoras que, dando un grito, se taparon los ojos al verme vestido de pies a cabeza.
Me expulsaron del club, por inmoral..